La Selva del Metro
Cada mañana, el metro se convierte en un espectáculo de pantomima que muestra las vidas de sus pasajeros. Aquí, los asuntos de la gente están a la vista de todos, cuando decides hablar por teléfono con un amigo o con otra persona que también va en el metro e incluso por tu lenguaje corporal.
Toda la gente usa el metro. Con más de tres millones personas en Madrid, probablemente nunca te encontrarás con la misma persona en esa serpiente debajo de la ciudad. Mi alma artística siempre admira y quiere ver las expresiones románticas entre la gente. Comparándolo con la intimidad de los estadounidenses y de sus expresiones de amor, para mí, nos hemos convertido en los EEUU en algo muy distinto: esperamos tener éxito y tenemos una percepción de nosotros como profesionales e impecables, necesitamos privacidad para nuestras emociones, y tener cuidado de quién confiamos y con quién hablamos. Lo contrario de lo que ocurre en Madrid: dudo que haya gente más extrovertida en el mundo, que quiere ayudarte y no les importa lo que otras personas piensan de ellas.
En el metro, puedes ver muchas muestras de amor y cariño, y también de la curiosidad de la gente y la indiferencia ante las opiniones de los demás. Si viajaras desde Quevedo hasta Sol, por ejemplo, podrías ver la gente diferente que sube al tren: los niños que quieren ir de compras, los adultos de las clases trabajadoras y los empleados de oficinas. Cuando llegue el tren, las novias subirán con sus parejas, se darán una vuelta y se robarán un beso. Además, a nadie le importa esto: puedes ver esta escena, como yo, y sonreír porque cuando ella abra sus ojos, te verá y sonreirá también. O la madre, que en los EEUU, podría ser que estuviera siendo observada con malos ojos por dar de mamar a su bebé, aquí en Madrid no tiene ningún problema, incluso se mira con ternura y cariño.
Pero la gente puede parecer crítica cuando te mira: si hablaras demasiado alto, todas las miradas se volverían hacia ti. Además, como el viaje es tan largo y a veces aburrido, miran fijamente hacia tu ropa. No tienen problema si sus asuntos se hacen públicos. Por ejemplo, me fijé en un hombre que estaba hurgándose la nariz y cuando me vio, me miró a los ojos y continuó haciéndolo. ¡Qué gente!