Cuentos de Madrid
Hemos escrito ocho historias de ficción ambientadas en Madrid, ¿quieres leerlas?
El Chico Misterioso (AUTORA: Sara)
Había una vez una niña pequeña a quien le gustaba cantar. Vivía en Madrid y le encantaba cantar todos los días, especialmente en la calle. Pero un día, cuando cantaba en la calle, vio a un chico con su madre. El chico tenía el pelo castaño, una camisa roja, pantalones azules y zapatillas de deporte de color naranja. Pero, lo más importante, ese chico tenía una pequeña guitarra. Este chico la puso de buen humor.
La niña, Bea, corrió por las escaleras buscando a su madre y, cuando la encontró, le dijo: “Madre he visto un chico en la calle con una pequeña guitarra”. Toda su vida, Bea había querido encontrar un amigo al que le gustara tocar la guitarra mientras cantaba. A pesar de que era joven, sabía que quería cantar profesionalmente.
Después de la escuela, Bea y su madre fueron al supermercado y estaban comprando cuando, por segunda vez, Bea vio al chico de la calle. Ella le agarró el brazo a su madre y dijo: “¡Mamá, ese es el chico de la calle!” Cuando su madre miró, el chico no tenía una guitarra y la madre no creía que fuera el mismo chico, además, la madre de Bea no quería buscar otros chicos cuando estaban de compras.
Los cinco años siguientes, Bea buscó a este chico. Todos los días iba a ver si lo veía. Su madre se olvidó de él, pero nunca lo haría Bea.
Diez años después, cuando Bea decidió ir a la universidad en Madrid, su madre estaba muy contenta. El primer día en la universidad, Bea vio un chico que resaltaba, pero no sabía por qué. El chico, quiero decir, el hombre, tenía una guitarra y Bea, que seguía queriendo cantar, caminó hacia el hombre y la miró a los ojos y en ese momento, el mundo cambió para Bea.
Lleno de Colores (AUTORA: Brianna)
Para Isabel, el mundo era negro y blanco. Ella solo podía ver los arboles en el parque, las flores en el jardín, la ropa en el escaparate, todo en sombras de gris. Debido a esta aflicción, el mundo era sombrío para Isabel, le molestaba no ser como las otras chicas.
Un día, Isabel decidió cambiar su vida y su rutina, a pesar de su enfermedad. Empacó sus maletas, y viajó a un lugar acera del que había oído historias. Era un lugar lleno de vida y felicidad, un lugar que se llama Madrid. Después de llegar, de inmediato Isabel supo que algo era diferente. Vio un perro que asustaba a una bandada de palomas en los árboles, y sus graznidos volvían las hojas de las ramas de un verde vibrante. Cuando ella siguió caminando por el Paseo del Prado, había una fuente, se llama Fuente de Neptuno, cuyas aguas azules convertían la piedra a su alrededor en el color del café claro. A Isabel le encantaba poder ver los colores nuevos. Sin embargo, todavía no podía ver todo lo que todo el mundo podía ver. Hasta que el mundo estuviera claro para ella, Isabel no sería feliz.
Antes de que ella entrara en la casa para pasar la noche, un hombre la detuvo en la calle. Isabel estaba muy cansada, pero tenía un corazón simpático y por eso, escuchó al hombre. Él cantó y tocó una canción de amor con su guitarra de flamenco. A ella la inspiraba que el hombre tocara una música tan dulce, que lloró lágrimas de felicidad. Cuando sus lágrimas caían a la tierra, el mundo se transformaba para ella, e Isabel podía ver todos los colores. Estaba muy emocionada por su nueva vida, y agradecía a Madrid por habérsela dado. También, a Isabel le excitaba ayudar a otras personas para llenar sus vidas de colores.
El día que no quiero recordar (AUTORA: Natalie)
Hace dos meses dejé mi casa en los Estados Unidos y me mudé a Madrid para empezar mi nuevo trabajo. No he conocido a muchos amigos aquí, así que cuando mi vecino me pidió una cita, estaba muy emocionada por la oportunidad de conocer a alguien nuevo. Antes de salir, pasé dos horas maquillándome, pintándome las uñas y eligiendo el vestido perfecto. Me gusta llevar vestidos elegantes, tacones y joyas porque me hace sentir como una reina.
A las 8 de la tarde, recibí un mensaje de texto de Mateo que decía: “Ven a la entrada de nuestro edificio de apartamentos”. Cuando entré en la planta baja, vi a Mateo cerca de la puerta y llevaba un traje blanco y zapatos anaranjados. Si eso no fuera suficientemente malo, tuvimos que coger el metro hasta el restaurante porque él no quería gastar dinero en gasolina para su coche.
En cualquier caso, la reserva en el restaurante era a las nueve y media, así que decidimos caminar por el Retiro, en el tiempo que teníamos que esperar. En cuanto entramos en el parque, empezó a llover. No llevaba paraguas ni impermeable. Me puso de mal humor caminar por el barro con mis tacones nuevos. En vez de tratar de encontrar un lugar seguro para escapar de la lluvia, Mateo comenzó a correr y saltar en los charcos. Muy pronto, su traje blanco estaba cubierto de manchas marrones. Caminé rápidamente hasta la salida del parque y llamé un taxi. En ese momento, estaba lista para irme a casa.
Mateo entró en el taxi conmigo e insistió en que fuéramos al restaurante. La única razón por la que no salí del taxi fue porque él me dijo que el restaurante era italiano y estaba en Chueca. ¡Me encanta comer raviolis! El restaurante en el que comimos era muy diferente de la descripción de Mateo. Era pequeño, oscuro y olía a queso viejo. Me puso enferma sentarme en el restaurante con Mateo, pero no había comido nada desde el desayuno y estaba muriendo de hambre.
Para resumir mi cita, me enfermé debido a la comida y me pasé los siguientes tres días en la cama. ¡Estoy segura de que fue la peor cita de mi vida!
El poder de las gemelas (AUTORA: Molly)
Yo soy Laura y tengo una gemela idéntica, Ana. En el pasado, nos gustaba bromear con personas que no nos conocían y que no sabían que somos gemelas. Cuando estábamos en la escuela secundaria, especialmente el Día de los Inocentes, a Ana y a mí nos encantaba asistir a la clase de la otra hasta que los profesores se dieron cuenta de lo que pasaba. Cuando alguien nos preguntaba si podríamos leer la mente de la otra gemela, siempre podíamos porque sabemos la lengua de las señas y hacíamos una seña por debajo la mesa para decir algo. Cuando tenía quince años, di una presentación sobre las gemelas. Ana se vistió con mi ropa y se puso el maquillaje como yo. Ella dio la introducción y en cuanto hizo esto, aparecí en la plataforma y todas las personas se pusieron de buen humor al vernos juntas y empezaron a reírse. Un día, gastamos un broma a los turistas de Madrid. Le pedí una foto a un turista y más lejos, Ana le pidió una foto al mismo turista. Mi broma favorita fue cuando Ana y yo empezamos en una escuela nueva y nadie nos conocía. Nos vestimos con la misma ropa y Ana fue a hablar con nuestros nuevos condiscípulos y yo fui a la puerta trasera de la escuela para esconderme. Cuando los estudiantes empezaron a caminar hacia la puerta, Ana dijo que se había olvidado la mochila en el otro lado del patio, en voz muy alta para que yo la oyera. Corrió para ir a buscarla, corriendo fuera de la vista de los estudiantes. Todavía estaban mirando hacia donde iba ella, y emergí de la puerta principal, sin aliento y agarrando una mochila idéntica. Les gustaba contar esta historia durante años después.
El Músico Callejero (AUTOR: Jake)
A pesar de que, generalmente, no tenía buena suerte allí, a Jaffer le gustaba mucho poner a prueba sus habilidades en la línea cinco del metro de Madrid. Pasaba por el centro de la ciudad, cruzando las estaciones de Chueca, Gran Vía y Ópera, y eso significaba la posibilidad de las multitudes de personas, así que ¿por qué no? Pero le dio pena usar su guitarra para ganar dinero. Si fuera su elección, la tocaría en el metro cada día, solamente porque le encantaba tocar, pero después de perder su trabajo como ingeniero de software, necesitaba una manera para mantenerse. Y por consiguiente, en contra de sus deseos, empezó a usar el instrumento, su querido amigo, para lo que era, en su mente, un propósito malévolo. Tuvo que hacer lo que tenía que hacer.
Era un día caluroso de junio cuando la vida de Jaffer cambió para mejor. En cuanto dejaba de tocar la guitarra cada día, caminaba, en un intento de ahorrar dinero, de la estación de Gran Vía a su casa en Lavapiés, a pesar de que ciertamente le molestaba someterse al calor. Ese día, sin embargo, antes de llegar a casa, iba a estar agradecido de haber decidido ahorrar sus euros.
Cuando se bajó del metro y salió a la calle, lo paró un hombre con una camisa verde. «¿Por qué tocas en una ciudad que no te lo agradece?», dijo con una voz muy severa. «Sabes que eres mejor que lo que Madrid te da». Jaffer estaba muy sorprendido. ¿Quién es este hombre?, pensó.
«Lo siento, pero, ¿te conozco?», dijo timidísimamente.
«No, Jaffer», murmuró bajando el volumen de su voz, «pero no te importa. Necesitas estar en una ciudad que comprenda tu talento. Y esa es la razón por la que necesitas esto». El hombre mostró a Jaffer su mano, donde había un pedazo de papel. Aún muy nervioso, teniendo miedo por su vida, Jaffer le arrebató el papel y corrió rápidamente todo el camino a casa, sin echar un vistazo detrás de él. Cuando miró lo que agarraba en su mano, estaba viendo un billete de avión. A Dublín. Pero, ¿por qué?, se preguntó, ¿qué significa?
Años más tarde, argumentó que fue un signo de que su tiempo en Madrid había terminado. No estaba seguro de la razón que le empujó a usar su billete, pero sin un trabajo real, y con la oportunidad de viajar a una ciudad conocida por su comunidad de músicos callejeros, dijo que no abandonaba nada que valiera nada en Madrid. Pero, después de llegar a Dublín, nunca se preguntó por el propósito del hombre de la camisa verde. «Aparentemente, vio algo dentro de mí», decía Jaffer, «y por eso, hay algo que tengo que lograr aquí».
Perdido en Retiro (AUTORA: Jane)
Mi madre y yo fuimos al parque del Retiro un día de verano muy caluroso. Me encanta este parque y cuando sea mayor y tenga una familia, llevaré a mis hijos allí. Mis padres me compraron patines nuevos por mi cumpleaños la semana pasada y finalmente los probé en el parque. En cuanto los abrí, supe que quería disfrutar de ellos en el Retiro.
Yo estaba pasando por El Palacio de Cristal cuando vi la tortuga más grande que he visto en mi vida fuera del camino. Mi mamá estaba hablando por teléfono detrás de mí, pero decidí que estaría bien que mirara la tortuga. Su caparazón tenía un patrón interesante, parecía una cara. Estaba caminando hacia una manzana que alguien debía de haber tirado en la hierba. Me dio pena pensar en dejar a la tortuga sola. La recogí en mis brazos y volví al camino en busca de mi mamá. ¡Pero no pude encontrarla! Me dio miedo no poder encontrarla.
Con la tortuga en mis brazos, busqué frenéticamente a mi mamá. Pasé la Fuente del Ángel Caído e incluso la feria del libro, pero no pude encontrar a mi mamá. Después de mucho tiempo, decidí ir al estanque. Quizás mi madre estaría esperándome allí. Cuando yo estaba esperando por el agua, oí una voz familiar gritando mi nombre. Me di la vuelta y vi a mi madre corriendo hacia mí. Ella me abrazó, con la tortuga en medio de nosotros.
Después de calmarnos, le dije a mi madre: “me gusta esta tortuga, ¿puedo tenerla?” Ella sólo sonrió y seguimos caminando a casa.
La Paradoja del Estudiante (AUTOR: John)
Había un estudiante, hace muchísimos años, que estudió en Madrid durante el verano. Él asistía a la Universidad de Boston y, por eso, todos los veranos eran muy largos. Estaba muy emocionado por tener la oportunidad de aprender, vivir, divertirse, y conocer a la gente y a la cultura de un país diferente, todo mientras conseguía crédito para su especialidad en la universidad. Pero lo que no sabía el estudiante, es que dada la cantidad de tarea de sus clases, no sería capaz de mantener un equilibrio entre la vida y la tarea. Y esa es la paradoja.
Sus clases en Madrid eran buenas, y el estudiante aprendió mucho. Pero no aprendió tanto como hubiera podido si no hubiera tenido tanta tarea. A él le gustaba patinar y hablar con sus amigos en el skatepark, y allí aprendió muchísimo. En el aula, el estudiante aprendía a ser entendido. El aprendía palabras básicas y la estructura gramatical. En las calles, el estudiante aprendía las palabras necesarias. En los ejercicios de la tarea, se sentía como si fuera un robot, llenando espacios en blanco. Con sus amigos, se sentía como si tuviera que ser creativo, como si sus frases fueran más fluidas, sus palabras más naturales. A él no se le daban bien sus clases en comparación con las calles. Le molestaba perderse la tarea, aunque estaba aprendiendo mucho más de lo que podría con ejercicios de libro.
Finalmente, el estudiante decidió que el conocimiento es más valioso que las notas en sus clases. No le gustaba sacar bajas notas, pero preferiría florecer en lugar de aprender. Por eso, al final, el estudiante tuvo un viaje inolvidable. Aprendió mucho, conoció amigos nuevos, y viajó a otras ciudades de España. La última sorpresa de su experiencia fue que no sacó malas notas. Pues, por lo menos, no sacó malas notas en las dos clases.
Un Día de Calor (AUTORA: Sam)
Era un día caluroso en el barrio de Salamanca y por fin acabábamos de terminar las clases de ese día. No había una nube en el cielo y a las estudiantes les daba rabia caminar bajo el sol. Pero a las dos de la tarde dos chicas pensaban que sería un buen día para disfrutar de los botes en el Parque del Buen Retiro. Después de viajar en el metro, llegaron al parque y fueron al lago para alquilar un bote. El agua parecía fresca y brillaba con el sol. Les gustó que el bote estuviera un poco mojado por el agua fría ya que tenían mucho calor. Una de las chicas, Magdalena, empezó a remar en el bote mientras que la otra tomaba fotografías. Aunque el lago está en una parte central del parque, en el agua se estaba tranquilo y relajado. Luego, Magdalena comenzó a cansarse porque sentía demasiado calor y pidió a Carmen que remara un poco mientras bebía agua. Carmen tomó los remos y empezó a mover el bote. Pero en cuanto remó hacia la derecha del lago, comenzó a sentir que los ojos se le volvían muy pesados también; estaba sudando y le molestaba mucho, así que dejó de remar.
Magdalena alcanzó su agua y el bote comenzó a mecerse. De repente el bote dio una vuelta y las dos chicas cayeron en el lago. Hasta cinco minutos después Carmen no abrió los ojos y vio a un hombre joven de pie sobre ella quele preguntaba si estaba bien. Ella se sentó lentamente y sintió su ropa mojada, se sentía bien y comenzó a reírse. Después al dirigir su mirada hacia Magdalena, vio que estaba haciendo lo mismo. Dos jóvenes habían sacado a las chicas fuera del agua y todo el mundo cerca del lago les preguntaba si se sentían bien. Las chicas respondieron que sí y se levantaron con la ayuda de los jóvenes. Mientras las chicas se secaban comenzaron a hablar de cosas relacionadas con Madrid con los chicos que las ayudaron Después de una corta conversación, uno de los chicos dijo que la mejor cura después de caer en un lago es una taza grande de chocolate caliente y churros. Las chicas se sonrieron la una a la otra y dejaron que sus nuevos amigos las guiaran a San Ginés a tomar churros y chocolate. ¡Las hacía felices cambiar el sol caliente por los churros calientes!